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lunes, 26 de agosto de 2013

La inutilidad de las riquezas

Eclesiastés 5:8-20 y 6:1-9

No te sorprendas si ves que un poderoso oprime a un pobre o que no se hace justicia en toda la tierra. Pues todo funcionario está bajo las órdenes de otro superior a él, y la justicia se pierde entre trámites y burocracia. ¡Hasta el rey saca todo lo que puede de la tierra para su propio beneficio! Los que aman el dinero nunca tendrán suficiente. ¡Qué absurdo es pensar que las riquezas traen verdadera felicidad!

Cuanto más tengas, más se te acercará la gente para ayudarte a gastarlo. Por lo tanto, ¿de qué sirven las riquezas? ¡Quizás solo para ver cómo se escapan de las manos! La gente trabajadora siempre duerme bien, coma mucho o coma poco; pero los ricos rara vez tienen una buena noche de descanso.

He notado otro gran problema bajo el sol: acaparar riquezas perjudica al que ahorra. Se invierte dinero en negocios arriesgados que fracasan, y entonces todo se pierde. A fin de cuentas, no queda nada para dejarles a los hijos. Todos llegamos al final de nuestra vida tal como estábamos el día que nacimos: desnudos y con las manos vacías. No podemos llevarnos las riquezas al morir.

Esto es otro problema muy serio: las personas no se van de este mundo mejor de lo que llegaron. Todo su esfuerzo es en vano, como si trabajaran para el viento. Viven toda su vida bajo una carga pesada: con enojo, frustración y desánimo.Aun así, he notado al menos una cosa positiva. Es bueno que la gente coma, beba y disfrute del trabajo que hace bajo el sol durante el corto tiempo de vida que Dios le concedió, y que acepte su destino.

También es algo bueno recibir riquezas de parte de Dios y la buena salud para disfrutarlas. Disfrutar del trabajo y aceptar lo que depara la vida son verdaderos regalos de Dios. A esas personas Dios las mantiene tan ocupadas en disfrutar de la vida que no pasan tiempo rumiando el pasado.

He visto otro mal terrible bajo el sol que pesa tremendamente sobre la humanidad. Dios les da a algunos mucha riqueza, honor y todo lo que pudieran desear, pero luego no les da la oportunidad de disfrutar de esas cosas. Se mueren, y algún otro —incluso un extraño— termina disfrutando de toda esa abundancia.

Eso no tiene sentido, es una tragedia terrible. Un hombre podría tener cien hijos y llegar a vivir muchos años. Pero si no encuentra satisfacción en la vida y ni siquiera recibe un entierro digno, sería mejor para él haber nacido muerto. Entonces su nacimiento habría sido insignificante, y él habría terminado en la oscuridad. Ni siquiera habría tenido un nombre ni habría visto la luz del sol o sabido que existía. Sin embargo, habría gozado de más paz que si hubiera crecido para convertirse en un hombre infeliz. Podría vivir mil años o el doble, y ni aun así encontrar satisfacción; y si al final de cuentas tiene que morir como todos, ¿de qué le sirve?

Toda la gente se pasa la vida trabajando para tener qué comer, pero parece que nunca le alcanza. Entonces, ¿de verdad están los sabios en mejores condiciones que los necios? ¿Ganan algo los pobres con ser sabios y saber comportarse frente a otros?

Disfruta de lo que tienes en lugar de desear lo que no tienes; soñar con tener cada vez más no tiene sentido, es como perseguir el viento.